Pues sí, de hecho nunca tuve un buen argumento, pero siempre quise uno.
No quisiera reclamar, pero tal vez tenga un poco de derecho.
Lo cierto es que en ocasiones cuando me decido a hacer cierta evaluación de la vida y sus escenarios, la conclusión es siempre la misma: nada parece valer del todo la pena. Pues hay tantas razones inventadas para mover al mundo, hay sentimientos con fecha de caducidad y la simple necesidad de supervivencia que nos acosa día a día buscando un sentido.
Hoy he leído la frase 'y las horas que se hacen días' y de la misma forma he pensado como mis horas, mis cortas horas se han hecho días de espera, meses y probablemente años. Sin atreverme a hacer un recuento empiezo a creer que he perdido más de la mitad de mi vida en la espera de algo que no llega porque tal vez (y sólo tal vez) no exista.
Hoy, ayer y anteayer me ha despertado sin falta el sonido insoportable del despertador, aquel himno parece el recordatorio inminente de que no he hallado una razón suficiente para abrir los ojos sin ayuda. No hay una voz suave, mucho menos una caricia o un beso...sólo el simple replicar de un sonido que se repite hasta que puedo detenerlo.
El que verdaderamente ha experimentado la soledad, no puede quejarse de ella porque ha encontrado en realidad una seguridad (casi) absoluta. La no necesidad de los demás, nos hace sin duda un poco más fuertes. Sin embargo, puedo argumentar que un día te levantas y cansado de vivir únicamente para uno mismo (sin que este sea un acto egoísta...sino...de mera causalidad) te preguntas si es suficiente... si a veces no sería reconfortarte escuchar una voz amable que pregunte sobre el estado anímico del alma, sobre la temperatura corporal o que nos levante en 15 puntos el valor de las esperanzas y los sueños.
Pero indiscutiblemente las voces uno las va inventando porque nunca nadie las oye. Últimamente me he dado cuenta que hablo más conmigo misma que con los demás. Tal vez un día olvide como es el sonido de las otras voces porque me encuentro totalmente adaptada de escuchar mis preguntas y mis respuestas a una sola voz. A veces armo tremendas discusiones y algunos foros para no caer en los monólogos. Me hablo y me contesto, me hablo y me contestan todas esas voces que se confunden una y otra vez con la propia.
Pero es inevitable, un día me aburriré de lo mismo y querré escuchar la voz de alguien que me dé un argumento para que luego nos podamos sentar enfrascados en una conversación interminable que en la que se diluyan esas horas que se han hecho días y meses y años.
Hoy es tan difícil encontrar un buen conversador, la mayoría de las veces...los temas son demasiado cortos, demasiado simples y hasta torpes...nada va más allá de lo evidente ni sufre de convulsiones de pasión. Los argumentos propios se han extinto en tantas bocas... ya casi no hay. Escasean de repente y uno no puede ir a comprarlos al supermercado o a la librería... no puedes pedirlo con un café para llevar o como un película para rentar.
Y entonces, acostumbrados de lo mismo y del ruido que llena esos espacios vacío de silencio...nos acostumbramos a no escuchar de nuevo y a no hablar.
Pues bien, acostumbrada a la dinámica. Ya no me quejo... aunque ansío conseguirme una buena charla con argumento, gratuita y que dure largas horas...donde no se me acaben las palabras y ni a mi conversador tampoco. Y tal vez después podríamos compartir la los sueños, la noche, la luna e intercambiar pensamientos, hacerlos recuerdos y colgarlos arriba de la cama de cada uno para no olvidar aquel día que nos sentamos a conversar: a hablar y a ser escuchados...que hicimos un diálogo hermoso que empezó suavemente y poco a poco tomó un argumento. Que nos dotó de nuevos pensamientos y nos dejó listos para dormir esperando despertar con nuevos bríos.
Siempre quise un argumento para él. Siempre quise poder decir las palabras exactas para sorprenderlo y lo cierto es que jamás lo logré. Me resigne a quedar maravillada por el sonido de su voz y preferí guardar silencio para recordar siempre sus palabras. Y un día, un buen día...quise quedarme a oírlo hasta que se cansara de hablarme y le pedí un argumento. Su boca se cerró y me negó su mirada. No sé quién le dio la espalda a quién...probablemente ambos lo hicimos. Bajamos la cabeza y nos ignoramos, él me negó de nuevo su voz y sus palabras y yo ya no quise tratar de que escuchara de nuevo mi voz. Yo no tuve un argumento para retenerlo y así fue como lo dejé ir.
Y puedo asegurar que nunca quise falsas promesas, ni mucho menos cursilerías baratas. Creo que sólo quería compartirme un poco, ese trueque extraño que significa dar esperando recibir. Compartir un poco del aire y de la mañana, compartir un café y el humo de un cigarro, compartir un trozo de su pensamiento y remojarlo en lluvia para que sepa más rico. Que me dejara oír su voz y sus cuentos...esas historias inverosímiles y tan humanas...que me dejara recortarle algunas estrellas de la tarde para pegarlas en la suela de sus gastados zapatos y que me dejara hablarle mis creencias infantiles y de lo extraño que son mis sueños. Tal vez podríamos compartir el tiempo simplemente en silencio y podría asegurar que estaría bien para los dos.
Si pudiera vivir de nuevo aquel momento en dónde el silencio se hacía con una melodía, mientras simultáneamente cada uno se inventaba una historia y una vela se apagaba...quisiera compartir su sueño y alegrarme de las pesadillas que lo harían despertar a media noche inquieto por contarme paso a paso de aquel sueño incómodo que se atrevía a visitarlo.
Quisiera tantas cosas y no tuve un argumento que quisiera escuchar él.
Y el quería un argumento y yo quería otro...y sentí que jamás me quiso escuchar y probablemente nunca supe como argumentar mi propio argumento.
Después de meses...sé que ha encontrado un argumento que lo ha hecho volar. No sé si me alegro muy en el fondo o si me da un poco de envidia. Lo único que sé es que ahora prefiero guardar silencio esperando un argumento.
Etiquetas: El amor de mi vida en alguna versión
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