El fin del mundo
Algunos de nosotros vivimos el fin del mundo todos los días. La vida se nos acaba cada día y cada noche, siempre al irnos a dormir despertamos esperando un nuevo inicio, una nueva oportunidad, una nueva ilusión, un poco de amor o algunos pocos sueños para sobrevivir la espera del inminente e inevitable final.
Siempre esperamos sentados, con paciencia y resignación. La tristeza ya no nos da tristeza, ese sentimiento se ha convertido en el fantasma que llevamos un paso detrás, el que no ha de alejarse, le gusta nuestra compañía y la tremenda aceptación de su existencia junto a la nuestra.
Aún me pregunto porque a la gente le gusta pensar que el fin del mundo está cerca, lo definen con días y fechas exactas, les gusta creer en aquel momento en que todo desaparecerá.
Yo mientras tanto, he vivido tantos finales inventados que se suman a los que experimento cada día y suelo extrañar el sentimiento del verdadero renacimiento, donde todo acaba y un nuevo inicio es regalado tal cual una nueva oportunidad.
Ojalá sólo se detuviera el mundo para dejarme respirar un poco… sólo un poco.
Esperaré el final de hoy como siempre lo hago… en silencio, aunque me gustaría pensar que podría seguir adelante como la música.
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