Las pocas y muchas razones que el hombre tiene para morir

martes, septiembre 28, 2004

Llegado el momento imperfecto para decirte adiós, recorro suavemente tu recuerdo, el sutil placer de no tenerte nunca y poder recordarte intacto por siempre.
Las historias frustradas de amor, esas que en las que siempre habrá un quizás y probablemente un tal vez, pero nunca un jamás o un será, esas viejas y roídas historias por la ternura que en su valía recuerdas, son las más cobardes y en sí las más valientes.
Si un día cualquiera el amor se adueñara de ellas, desaparecerían entre ascos y hastío, en desilusión y más desilusión convertida en un odio infalible contra el que ningún recuerdo podría volver a luchar.
La valentía de dejar esas historias un día en el que deseas, te duele hasta la tripa, te partes por dentro y los ojos jamás se cansan de dejar una lágrima perdida que nunca saldrá.
Y sí, siempre fuiste un recuerdo que ni siquiera era mío y pensé que sería mejor guardarte ese puesto ideal que ocupan los grandes hombres, a los que uno suele inventarle una historia y dejarlos ir sin volver la mirada atrás.
Un día, por coincidencia o casualidad… la historia dio la vuelta y te puso frente a mi… y si Borges nos hubiera visto, diría tras la última bocanada de un cigarrillo, después de mirarnos y sonreír con cierto sarcasmo, que una casualidad o coincidencia siempre son una cita.
Y te tuve en frente y sabía que te iba a volver a perder, debía suponerse que esas cosas no dolieran… cuando sabes que todo lo que has deseado lo perderás… y lo supe y lo supuse, y volví a suponerlo y el alma se me llenó de frío. Por que en algún momento desee que te quedaras y que no siguieras tu camino de frente, quise desear que esta vez fuera distinto y sabía que no debía serlo así.
Y me despedí de ti como tantas veces prometiendo una próxima casualidad y coincidencia, y te sonreí y te abracé con la certeza engañosa de que volvería a tenerte cerca. Muy pronto recordé que sería la última vez que te vería hasta la próxima coincidencia o casualidad, hasta que irremediablemente la vida y el destino nos volviera a topar.
¿Qué puede hacer uno contra el destino? Un hijo de puta como enemigo o amigo… el tormento de mendigar coincidencias y casualidades, y al mismo tiempo tenerlas sin pensar solicitarlas.
Y es así como te he perdido nuevamente, como he querido desear que las cosas fueran distintas y esta vez cambiaran, sin embargo, hoy sé que las cosas no cambiarán, que te habré perdido y que te dejaré ir, con un dolor que mis entrañas no debieran sentir al saber siempre que te perdería.
Y esta vez no me duele perderte porque para mí es muy fácil eso: perderte. Pero me duele adentro… porque las personas como tú, son para perderse, para abrazarlas y siempre darles un beso de despedida con la promesa de un pronto y un certero jamás.
Hoy sé que me despido y que pasará el tiempo antes de volverte a ver. Me duele más el tiempo que la despedida, me duele más saber que un tal vez acorrala una historia que pudiendo ser hermosa y tormentosa se vaya siempre con la frente en alto esperando ser sólo un recuerdo de una coincidencia o casualidad.

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