Las pocas y muchas razones que el hombre tiene para morir

martes, mayo 27, 2003

El Lado 2

El lado obscuro del corazón, producción argentina de Eliseo Subiela, tiene ahora una segunda parte que hecha con los mismos actores hace las secuela de la historia de Oliverio buscando “a la que vuela” entre poesía, metáforas visuales y personajes que cobran vida a partir de sus conflictos.

Han pasado 10 años, Oliverio (Darío Grandinetti) no es el mismo...la masculina cabellera tras la cual ocultaba su rostro...no existe más; su voz ya no es dura y determinante, se ha vuelto suave y un tanto más melancólica, sigue buscando a “la que vuela” y es así como transita las calles de Buenos Aires totalmente encorvado, con la mirada clavada totalmente en el suelo mientras vocifera sobre la tanta gravedad del mundo y su eterna soledad.

Oliverio se da cita en un bar del barrio donde conoce a infinidad de mujeres a las cuáles pretende degustar hasta encontrar a la que nuevamente lo haga volar. Una tras otra, encuentra en ellas un rasgo de diferencia que lo hace sucumbir ante el deseo para luego dejarlas caer desde la otra mitad de su cama cuando en ellas sólo encuentra un compromiso que adquirir o una exigencia para sobrevivir a la relación. Ya está cansado de la dinámica, la añoranza de Ana (Sandra Ballesteros) se ha vuelto una obsesión que lo ha dejado detenido en el tiempo.

Alentado por sus ‘otros yo’, Oliverio parte a España con la esperanza de encontrar a Ana. En alguna callejuela española se reencuentran, el tiempo no ha pasado en vano y así cómo Oliverio ha perdido el cabello, Ana ya no guarda más la poesía de Benedetti en sus jarrones. La emoción fugaz de volar es parte de los recuerdos de ambos, pequeños fragmentos de su historia que se han quedado intactos pero que no poseen aquella magia de hace años.

Ana y Oliverio se miran mientras comparten la cama, ambos entienden y al unísono oprimen el botón que hay al lado de su cama, dejando ir el recuerdo, la obsesión y las ganas de volar. La búsqueda de Oliverio no ha terminado, comienza de nuevo.

La Muerte (Nacha Guevara) no ha dejado de rondar a Oliverio, Ahora tiene nuevas sorpresas…le presenta a un amigo que bien podría ser el peor enemigo de él: el Tiempo, quien es también un personaje que enfundado en ropa de cuero, viaja en moto y porta siempre un casco que no permite poder definirle el rostro. Desde ese momento pareciera que se vuelven inseparables mientras se cruzan accidentalmente por las calles de España o mientras dialogan en un café en alguna plaza.

Oliverio sigue deambulando con el peso de la soledad sobre su espalda, resignado a no volver a volar y es entonces que conoce a un vecino del lugar donde se hospeda, el cual le presenta mujeres que le hacen enfrentar un nuevo rasgo de la edad: la impotencia “casual”. Sin embargo, lo que realmente llama la atención de Oliverio es un cuadro en el apartamento de su anfitrión, el cual bajo la leyenda: “El arte de Volar, Alejandra” y bajo ninguna otra referencia sale en su busca.

Alejandra (Ariadna Gil), trabaja en un circo y su oficio es el de equilibrista; equilibrista en la metáfora que significa cruzar por la vida en equilibrio ante la suave tentación de caer en cada función que le de la vida.
Alejandra es una mujer como las otras sólo que ella, tiene en su mirada esa expresión de tristeza mezclada con esperanza y un poco de melancolía. Ella, como Oliverio se encuentra atado a su propio personaje de la muerte, El Muerte la persigue y está enamorado de ella.

Poco a poco, Oliverio descubre en ella la misma fijación sobre la gravedad, el innato deseo de escribir, las ansias de ser amado y el constante y presente factor de la muerte.
Es así como Oliverio y Alejandra descubren juntos una nueva forma de volar y evitar caer en los brazos de la muerte que pendientes siguen esperando poder robarles la vida.

Subiela termina la historia tratando de vencer el tiempo y rescatando el romanticismo aquel que no incluye a la soledad ni la añoranza.

El Lado II, lejos de superar su primera parte, tiene una propuesta nueva que puede quebrar muchos de los yos internos de los espectadores.

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