Las pocas y muchas razones que el hombre tiene para morir

viernes, abril 13, 2007

Ignorando a la vida...



Para todos aquellos que poseen una suscripción en un diario, saben que el periódico llega siempre puntual, sin retraso. Lo cierto es que probablemente en algunas ocasiones nadie se apiade de abrirlo y leer un poco, siendo así, mucho meno sucederá recortar alguna nota de interés o algo similar. Al día siguiente el periódico del día anterior será apilado junto a todos los demás como un estorbo para el mundo, se quedará ahí y nunca más nadie leerá lo que había (o aún hay) en su interior. Supongo que así es también la vida.
Uno vive un día y al pasar la noche, aquel día que ha finalizado se queda atrás sin que vuelva y sin que suceda absolutamente nada. Nadie es capaz de detenerse en el tiempo por un instante que lo merezca. Así me gustaría que fuera la vida, con historias que merecen quedarse un poco para disfrutar de la extraña sensación de estar vivos.
Debo aceptar mi extraño fanatismo por encontrar en los periódicos esas historias extrañas que se colaron entre las malas noticias, la nota roja y el aviso de ocasión. Las recorto y las guardo porque supongo que han dicho algo de la historia. Una historia que aunque desconocida para mi, existe en algún otro lugar.
Entre estas historias me he hecho fan de algunas como la del periodista estadounidense Daniel Pearl, quien seguramente su nombre cayó arrumbado en el pilar de periódicos viejos; recuerdo también la historia de aquella niña de los ojos impresionantes que fue fotografiada por el Nacional Geographic y que después de 30 años, el fotógrafo se lanzó a la búsqueda de tan reconocido personaje.
La imagen que miran… es uno de los tantos recortes que me ha dado el periódico, he perdido la memoria de su momento exacto, pero sé que fue al finalizar una guerra, aún me gusta mirar al personaje que con la maleta en mano va en busca de la vida.
Supongo que así, también me he perdido de un par de buenas historias que se han ido para siempre. Espero algún día encontrarlas.
Hoy, en la lectura cotidiana del periódico encontré una nota de esas que sorprende y deprime… o mejor dicho, sólo reafirma.
En un experimento social (consideraría yo), Gene Weingarten, columnista del Washington Post, propuso a Josué Bell, un joven violinista calificado como uno de los mayores virtuosos contemporáneos, que se vistiera de gorra y sudadera y acudiera a tocar a las 8 de la mañana en una estación del metro en la ciudad de Washington.
El resultado es sencillo: indiferencia total. ¿A esa hora a quien le importa la música? ¿Cuántos de los transeúntes han esperado a que se haga tarde a propósito para evitar el momento para llegar a trabajar? ¿quién se detiene un poco a vivir y sentirse vivo? Realmente… ¿a quién carajos le importa un muchachito virtuoso en sudadera tocando un violín Stradivarius? Claro que a (casi) nadie… fueron unos ilusos.
El famoso joven violinista no fue reconocido en su concierto de 43 minutos (sólo lo reconoció una persona según el reportaje), reunió 32.17 dólares (más 20 que dejó el personaje que lo reconoció) y lo cierto, lo único cierto es que la gente no se inmutó y el mundo no cambio en nada.
Para concluir el artículo, re-matarlo y cerrarlo con broche de oro, el columnista hizo alarde de los millares de mensajes que recibió contándole las lágrimas que propició el reportaje y sobre las “intensas” reflexiones que consecuencia de la lectura recordaron en universo sensible que todos estamos acostumbrados a ignorar. Y aún así…creen estar vivos.
Y entonces la noticia no era que el arte se ignora en las calles, tampoco era que nadie sabe disfrutar de la buena música del violín viniendo de un joven virtuoso, la noticia real sólo me comprobaba que así como los periódicos apilados, la gente se olvida de cómo sorprenderse un día cualquiera de lo que la realidad de puede proporcionar para sorprenderlo y hacer de su día, un día diferente.
Aún siento ganas de leer y vivir de esas grandes historias, por mi… el periódico estaría llena de ellas y mi pared también.

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