Hay días en los que todo el mundo despierta a la misma hora.
Una mañana, de hace dos años y medio el mundo despertó con la noticia de que las Torres Gemelas en Nueva York se desplomaban ante los ojos del mundo y con ello se caía ante nuestros ojos el imperio estadounidense... se caían montones de vidas como si fueran simples rocas... dejaron entre sus escombros un tributo a la destrucción.
Por todas partes del mundo hay destrucción...destrucción desconocida que se esconde en casa, ciudades, campos, montañas, cuevas, refugios o guerras...pero nadie había hecho (hasta entonces) un tributo tan grande a la destrucción. Destruir frente a nuestros ojos, atacar a gente ‘inocente’ que cotidianamente planeaba tener un día común... o quién sabe... tal vez planeaban tener un día especial hasta que todo eso se acabó.
Cada día me cuestiono si la gente se levanta de su cama y piensa “¿será el día de hoy, el día en que muero?” “¿podría hacer del día de hoy un buen recuerdo?” “¿podría vivir intensamente mis próximos minutos engañando a mi cabeza con la amenaza hacerle sentir que después de hoy no habrá más mañanas?”. También me pregunto como serán los despertares de aquellos que cuando cierran los ojos y se entregan al sueño... ya no quieren despertar, en todos aquellos que se han cansado de la vida, ¿con qué sueñan ellos?, cuando abren sus ojos de nuevo...¿qué es lo primero que piensan? ¿dónde acaban sus sueños y dónde empieza su tormentosa realidad?
He de confesar que probablemente en las mañanas cuando despierto... no me da tiempo de pensar porque estratégicamente he puesto el despertador como cronómetro en cuenta regresiva... tengo el tiempo exacto para correr y ducharme, para vestirme y colocarme un listón negro en el pelo... tengo el tiempo contado para no abrumarme con preguntas que me han tomado una vida sin respuesta. Hoy me pregunto si quiero una respuesta o quiero un sueño y una realidad semejante al sueño.
La mañana del jueves 11 de marzo... el mundo se despertó al mismo tiempo... abrió bien sus ojos, mientras otros tantos los cerraban para siempre. Todos despertamos en Madrid.
Un asiento vacío, una vieja con las bolsas llenas de recuerdos, un estudiante escribiendo sus tareas para la vida, un padre pensando que el trabajo de hoy dará de comer a su familia, una madre que a dejado a sus hijos en casa listos para ir a la escuela... un niño que aún no ha dejado de soñar... todos mirándose para dentro pensando... hasta que un ruido estruendoso los obligo a tomar otra ruta.
Ninguno de ellos se encontró de nuevo con su vida... sólo había un destino para ellos y fue cumplido al pie de letras ajenas que no se detuvieron a pensar en que mañana, todas esas personas podrían despertar de nuevo.
La realidad es que es lamentable la muerte de tanta gente que no la debe... y que porque no la teme se levanta diariamente a encontrarse con sus sueños y pesadillas cotidianas. Sin embargo me pregunto si este tipo de ataques nos hacen despertar a todos al mismo tiempo, porque el nombre de aquel desconocido que acaba de morir podría ser el nuestro. La empatía (divino don de la humanidad) nos recuerda que nos mezclamos con los ajenos, con los desconocidos... los que podrían llevar nuestro nombre.
Uno de los principales males de nuestra gran ‘humanidad’ es la indiferencia... la indiferencia de saber (sin que mis palabras suenen catastróficas) que nuestro mundo se muere día a día y que nos hemos acostumbrado a ello. Que nos hemos acostumbrado al sufrimiento y a la agonía... que nos hemos acostumbrado a verlo todo de lejos... a soñar sin realidades y a vivir sin sueños... a cumplir destinos ajenos y ser partícipes de desgracias impropias mediante un periódico o las imágenes en el televisor...
Y posiblemente no nos competa intervenir, o al menos eso hemos creído durante mucho tiempo, hasta que el miedo se nos mete a la mente y la empatía nos afecta.
‘Nuestros’ líderes han determinado regirse por la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente... sueño por sueño y pesadilla por pesadilla. ¿Cuánto nos tomará despertar? Despertar todos a la misma hora como aquel día en Madrid... despertar y saber que nuestras manifestaciones en las calles, con mantas... con cantos... con rezos y con lágrimas no son suficientes para detener el inmenso tributo a la destrucción.
Hoy pienso que es una pena que tanta gente haya muerto y sin embargo sostengo: tenía que morir tanta gente para que nosotros despertáramos con un sentimiento de angustia, dolor y miedo... para que comprendiéramos el dolor y nos llenara el coraje. Para dejar de tomar café hablando de las podredumbres de la realidad mundial, para dejar de pensar en esa desgracia ajena de nuestros compañeros habitantes del mundo y sentirnos parte de ella.
Un día como tantos, nuestro despertar fue amenazante... pero hay quienes viven sabiendo que su despertar los amenaza no sólo por la mañana, sino al tratar de cerrar los ojos o a media noche cuando el destino se presente... ¿podremos cambiar el destino? ¿su destino? ¿el nuestro? La verdad es que siempre pensé que no... pero ellos, los homicidas que se dedican a sorprender a los demás con un destino catastrófico bien planeado, lo han hecho y lo han hecho bastante bien.
Nosotros... tal vez mañana despertaremos como lo hemos hecho tanto tiempo, pasaran los días y el recuerdo de aquellos que se han ido haciéndonos despertar se diluirá en el tiempo y la memoria porque aún no decidimos despertar de una buena vez por todas y tomar un papel de destino y no de sueño en blanco... de pesadilla.
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