Las pocas y muchas razones que el hombre tiene para morir

viernes, septiembre 24, 2004

Lloraba tanto cuando era niña, tanto y sin entenderlo… me dolía el alma, la que me lloraba como si una profecía amenazadora le aballestara las entrañas.
Solemos pensar que de adolescentes y niños todos tienen la certeza y los sueños utópicos de querer cambiar al mundo. Y un buen día, el comportamiento típico del hombre es superado con la edad y el tiempo y uno queda curado.
Probablemente me haya permitido soñar con terminar con el hambre en el mundo y detener una guerra, todo parecía sencillo a una mirada vivencial inexperta.
Pensé que no debía olvidar esa furia de la utopía que un día se hace una ráfaga de emociones. Pensé que la pasión no debía ser hurtada nunca y mucho menos ultrajada por el tiempo que se abalanza contra los sueños enfrentándolos cruda y tristemente con la realidad.
Pensé que podría recordarlo todo y seguir llorando y un día…un mal día, lo olvidé, desperté, abrí los ojos y no noté que mis sueños, la pasión y el espíritu de lucha se me habían salido por la boca tras el impulso de un suspiro… los dejé salir y se mezclaron con el aire, el aire se adueñó de ellos y no me los ha devuelto más.
Y así, pensé que la tragedia era normal y me alegré de ella, pensé que llorar ya no valía la pena por el inmenso dolor que me dejaba sentir siendo yo un ser tan fuerte y ordené no exponer nunca más mis lagrimales a la luz… les negué a mis sueños su tan buscada y socorrida realidad por temor a la lucha en vano y el temor a la decepción de nunca más soñarlos tras el fracaso… y ese mal día perdí la pasión.
Ni el aire, ni el agua circulaban por mis venas, la sangre se me había secado y mi corazón de cuerda no se detuvo porque nunca se dio cuenta que debía dejar de hacerlo.
Un buen día…(que por cierto también era malo) la depresión me ahogaba… cuando uno pierde tantas cosas sólo te queda el luto y la tristeza y la tristeza siempre se adueña de todo lo restante. Creo que me rendí de una manera inconsciente donde la nada me mantenía sometida. Pensé que era normal y lo asumí, lo pregoné y hablé con él.
Él me miraba y yo me jactaba de mis estúpidos y míticos recuerdos…entonces le dije: "de niña lloraba por cualquier cosa, por el hambre y la guerra, lloraba porque quería cambiar el mundo y porque creía que podía hacerlo, pero un día entendí que no podría hacerlo, que nadie lo haría."
Él, me miró silente, guardó silencio y en un tono que no era déspota pero podría haberlo sido… me dijo: "yo aún lo creo, yo sé que puedo cambiar el mundo".
En ese momento las paredes comenzaron a caerse y quise matarlo, cortar de una mordida la yugular y beber esa sangre que lo hacía decir con una frialdad escalofriantemente segura, que podría hacerlo. El peor de mis sentimientos se engendró cuando lo miré a los ojos y supe con plena confianza y seguridad que podría hacerlo con el simple hecho de desearlo.
En ese momento quise escapar, ese día después de años noté todo lo que había perdido con un suspiro… supe que su ausencia y el vacía no me incomodó, que por el contrario… me dio una vida más cómoda y tristemente estable.
El vacío te hace pensar tantas cosas que le pierdes el miedo a la vida, nunca nada podría ser peor… nunca nada podría ser mejor… porque la nada es equivalente a seguir respirando y deambulando con un corazón de cuerda que espera silente su turno de parar. Y entonces sientes un dolor infinito que te recuerda cada instante que has perdido la vida, que la dejaste ir, que jamás volverás a arriesgarte, que no volverás a envenenarte de esa pasión enferma de desear, soñar, luchar, vivir y atreverse.
El tiempo se hace más corto, ya no existe el día o la noche porque la continuidad del tiempo no permite que los distingas. Comienzas a soñar sin sueños, a respirar sin aire, a sentir que nada siente el alma y la tristeza se alegra de ser la única sobreviviente.
Hoy sé que perdí la pasión que tanto lloré cuando la tuve… que la lloré y la quisiera llorar a lágrimas evaporadas si fuera necesario para recuperarla. Sé que ha ido al sótano más profundo y vive castigada porque la olvidé hasta negar su existencia, que la pobre pasión ha sufrido el desacierto más grande de un alma…abandonarla… saber de su existencia y sufrimiento y al mismo tiempo pretender que no le pasa nada cuando se agoniza cada minuto después de de un nuevo suspiro de resignación. Que no me devuelve lo que me ha quitado y me recuerda el vacío que de un tormento resignado a ser sufrido y no superado… la triste costumbre de la ausencia.
Quisiera creer que el mundo se acabaría en la lucha por devolverme la pasión… quisiera creer que lucharía y aún no creo tener el valor de levantarme en armas y cambiar el mundo, mi mundo y luego el tuyo…
Si necesito un poco de fe, ya lo sé, si necesito un tanto de valor… también lo sé. La tristeza ya no me alcanza para solaparme el fracaso de un alma a la que mi conciencia y mi poca fe le han negado la razón de su existencia…la de cambiar al mundo.

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lunes, septiembre 20, 2004

La verdad es que confundí el azúcar y la sal. No recuerdo cuál es la que necesitaba, pero cuando tuve los recipientes eso, que contienen a cualquiera de las dos. Tuve que probarla, pensé que sería un gran conflicto usar una por otra y eso, finalmente desequilibraría en algún punto la creación.
Recuerdo bien, querer evitar llevar el dedo a mi lengua para comprobar que sabor tenían esos pequeños granos condimento de todas las comidas…parecía sal, blanca muy blanca.
La decepción fue total, era azúcar, muy fina…aunque se lea redundante…muy dulce.
Me pregunté: ¿hace cuánto que no tomabas un poco de azúcar? Azúcar sóla y sin mercadotecnia, sin empaques ni colores…simple azúcar…
Y lo cierto es que no recuerdo haber tenido esa percepción de probar azúcar, sólo azúcar y recordarlo.
MI emoción era tal…que temí querer comer cucharadas de azúcar y esperar a que solas se diluyeran junto con la saliva de mi boca. Lo evité a toda costa y pensé que sería bueno recordarlo siempre…lo dulce suele nunca ser tan originalmente dulce…el azúcar lo es.

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